Última carta de Martín Castillo Cano

La última carta que Ricardo F recibió de Martín Castillo Cano tampoco tenía remitente. De nuevo, el estilo, la hermosa e inconfundible letra, pero nada que permitiera ubicarlo en un lugar concreto. El papel, el sobre, como siempre, piezas de museo, producto de imprentas hoy desaparecidas por el régimen Electronaranja. En esa última carta, me dijo Ricardo, Castillo Cano parecía, tal vez por error, descifrar parte del gran rompecabezas que es su correspondencia, y dar pistas -acaso concluyentes- sobre la causa de su ausencia; no el sentido general de tata epístola, sino la posible causa -para Ricardo F-, de su metamorfosis a gran ausente.

Se refería pues, en su última fantasmagoría, a un desplazamiento, a un itinerario de fuselajes y combustibles atómicos que su propio padre habría diseñado en sus ratos libres con los sobrantes de la construcción del Apolo II. Desconocemos (desconoce F) cómo hizo Castillo Cano para acceder a un posible archivo del progenitor, siendo que este desapareció una ves concluida la misión colombiana en los laboratorios secretos de la NASA, sin dejar rastro o dirección. En fin, de la dicha carta queda como dato clave la intensión del viaje, galáctico por inferencia, a bordo de cierto dispositivo celular. Yo misma me he puesto la tarea de investigar a fondo, preguntarle a los viejos seleccionados que participaron en la primera misión de recuperación ecológica y lingüística del CPI en la Tierra, a ver si saben del caso, no sea que el mítico todero del Bloque Cinco haya partido hacia tierras del CríptidoX, lo cual explicaría la disminución de emisiones fotolingüísticas en el laboratorio de d99nt_.

A continuación, transcribo la última carta de Martín Castillo Cano a Ricardo F:

“Aquí las cosas van más despacio. El ruido de la calle es un remanente de cuando el anciano de las vacas sacaba el agua directamente del sistema, quitando la tapa redonda de cemento vaciado en hierro con las siglas del acueducto que había en medio del parque. En las paredes he dispuesto las últimas imágenes de mis hallazgos, los casquillos dorados sobre varios recortes de noticias, y contemplo, con culpable asombro, los brillos en la abolladura causada por el paso del proveedor a la recámara, o los años de tierra y piedras que los mal-sepultaron en las zonas verdes del campus. También conservo algunos documentos de identidad, esas plantillas genéricas que de vez en cuando me permiten ponerles la cara de mi tío, los ojos almendrados y lejanos, como exiliados al país de los libros que ordenaba y clasificaba en los entrepaños de la biblioteca.

He tratado de unir el rompecabezas, pero las piezas encajan caprichosamente para luego retractarse y componer un absurdo. Las transducciones que realicé en el Bloque Cinco han dejado de informar, no hay código ni mensaje. Supongo que esta es la fase II del proyecto inmaterial que me ha propuesto la criatura desde el principio. Sus manifestaciones son, desde hace días, intensidades que apelan a lo sensitivo: el extracto de la tristeza y la alegría, elementos químicos fundamentales que causan comportamientos, estados de ánimo, impulsos como el de instalarme en este barrio/isla, lejos de todo, intersticio de las décadas.

Presiento, a causa de lo mismo, que el punto de partida es la observación intrínseca del acontecer diario, los pasos del borracho eterno de la tienda, la falsa minucia de los que van por el pan y los huevos siempre a la misma hora, la nada de las calles. Las imágenes dispersas en las paredes son algo así como el itinerario, el mapa con las rutas y las estaciones previas al estremecimiento del fuselaje, aquel donde la fisura es irreparable, crítica, metáfora del no retorno. Mi legado es entonces la memoria del desconcierto, la experimentación a ciegas en los recovecos del campus. Supongo que lo veré a él, minúsculo habitante de la gran constelación, organizando libros etéreos en entrepaños cerebrales o seduciendo criaturas aladas de la Hermandad de los Voladores. Y yo volveré a ser el chico tras los ordenadores, aprendiz del juego cuántico, sabedor del pasado. Lamento, en todo caso, dejarles el angustioso oficio del desciframiento, el agrietado desciframiento detectivesco en ciudades ausentes”.  

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