Formé parte de las Brigadas Recolectoras de ADN Lingüístico iniciadas en 3680, calendario galáctico. Por supuesto, ya se tenía noticia de La Lechuga, creada por humanos terrícolas anteriores a la deformación genética, pero nunca se habían reportado acciones.
Me encontraba tomando muestras en cierto planeta potencialmente habitable cuando escuché aquel sonido como de alas. Al principio solo vi las sombras errantes, en la superficie rocosa, que por momentos se cruzaban y se perseguían como si recordaran que estaban allí para realizar algún tipo de danza. De repente, aumentaron de tamaño, y a mi campo visual entraron las dos banderas, seguidas de sus astas, y luego las estructuras voladoras a que estaban adheridas. Era como ver la dilución de un atrio, o el vuelo de imposibles aves cuyo acrofóbico plumaje huía.
Las observé durante varios minutos, y descubrí que sus movimientos se debían a un convulso rastreo del suelo rocoso sobre el que dejaban caer pequeños grupos de semillas que luego regaban, desde inyectores alrededor de los drones, con una sustancia negra verdosa. Repitieron el mismo ejercicio por espacio de dos horas, y cubrieron una extensión de dos kilómetros cuadrados, antes de elevarse y perderse en el azul cristalino.
Elegí un grupo de semillas, y le apunté con mi lector biológico. La pantalla se llenó de datos que al principio no comprendí. Entonces repetí la misma acción sobre otros diez grupos de semillas. Aunque no pude obtener datos completos sobre la sustancia, comprendí que en pocos años la zona estaría poblada de manzanos, perales, viñedos, olivares y varios tipos de pasto.

Tras revisar los archivos de las misiones ecológicas, pude inferir que los dispositivos aquí descritos son producto directo de la sonda madre conocida con el nombre de La Lechuga, que, muy probablemente, se reproduce por escisión celular cada vez que detecta un planeta apto para ser sembrado con semillas terrestres e información genética para la vida. Por otro lado, La Lechuga es, en sí misma, un crisol de banderas. Algunos registros térmicos describen alteraciones de gran velocidad y rastros cromáticos en sectores curvados o expandidos del espacio donde, se presume, ha estado la sonda. Es probable que emisiones de alta densidad se separen de la sonda y se cristalicen en hojuelas orgánicas que surcan el océano cósmico y penetran la atmósfera de ciertos planetas, como la Tierra, donde la población humana y/o humanoide se encuentra en proceso de definición de fronteras e identidades más o menos primitivas. La información emblemática llega a los cerebros por dilución de dichas hojuelas en sustancia similar a la garua, tras procesos químicos desencadenados por el oxígeno.