Primera teoría sobre defectos endémicos en las cadenas de ADN humano terrícola

Todo comienza cuando el Imperio Romano impone las tradiciones judeocristianas que expulsan, clausuran para siempre la representación carnal de los dioses y concentran todo el poder divino en la figura del cesar, Emperador del mundo y del Universo, el Uno que exige la genuflexión humillada, la adoración temerosa. En nombre de este nuevo Dios omnipresente se criminaliza toda la cultura antigua, desde Sumeria hasta el último cercado de los hombres de maíz. Toda celebración de la condición humana, de sus altezas y bajezas, queda sepultada bajo el peso de las catedrales católicas apostólicas y romanas. Su poder es tan grande que tuerce las cadenas de ADN humanas originales hasta normalizar la falla, el error genético que se generaliza y afecta a todas las tribus del Norte, desde Noruega hasta Sicilia. Las costumbres sanguinarias de las viejas tribus habrían cesado a la luz de la filosofía griega, del mismo modo que sus tradiciones progresistas se habrían perfeccionado. Igual tendría que haber sido con las tribus del Sur, pero el hecho fue otro: la expansión de cadenas genéticas torcidas, la oficialización del crimen universal en todas sus formas. Sin embargo, algunos humanos terrícolas logran corregir el defecto durante la gestación, detener el proceso antes de que las mórulas se cuajen, y reivindicar la vieja fórmula.

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