Esta noche solo alcancé a programar la impresora. No hice nada más, porque las náuseas no se me pasan. Sin embargo, ocurrió algo cuando bajaba las escaleras. Una especie de clic, como si alguien hubiera hundido el botón de alguno de los viejos aparatos que se llenan de polvo en el salón. Luego, una luminiscencia que estalló y se extinguió de inmediato. Subí las escaleras a toda prisa y entré al salón. Todo estaba en silencio; demasiado silencio. Un olor a cortocircuito me bailó en la variz durante un segundo, pero se extinguió en seguida. No había humo. Eché una mirada alrededor. Todos los aparatos estaban apagados; silenciosos y opacos como fósiles abandonados. De repente me invadió un escalofrío y la piel se me erizó. Si en ese momento hubiera sentido miedo, no me habría extrañado: la reacción más adecuada a un extraño acontecimiento. Pero no sentí nada de eso, más bien una urgencia, la inexplicable necesidad de notar algo que se desvanecía sin remedio por fuera de mi campo visual. El silencio se volvió más opresivo; una fuerza desplegándose a través de mis tímpanos. Después, nada… Corrí hasta mi taller y traje una vieja cámara Sony que activé sobre la mesa de manera que registrara la mayor cantidad de espacio; cualquier movimiento de los aparatos dormidos. Pensé en quedarme un poco más en el taller, pero sentí que debía irme. Comprar unos antiácidos y refugiarme en mi apartamento.
Diario de Martín Castillo Cano (frag.II-)
Publicado por lucreciadaphneldav
Bienvenidos a mí, monstruos dinámicos, gente amputada y vuelta a mal/armar, furtivos pisadores de minas resignificantes, inasibles criaturas de subterráneo. Ver todas las entradas de lucreciadaphneldav
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